Con la tecnología de Blogger.

viernes, 31 de julio de 2015

¿Por qué es tan importante controlar nuestro comportamiento en clase? (Parte II)

En el caso de la educación en secundaria, aún es mucho más fácil, ante 30 alumnos de 14 años, reaccionar ante ellos y tratarlos como si fueran un grupo de adultos.  Y ya sabemos que cuando empezamos a tratar a un niño como a un adulto, tendemos a tratarlo inapropiadamente.  Todos hemos caído en el error de levantar demasiado la voz o incluso llegar a gritar a un niño, haciéndolo de forma intencionada pero dándoles una respuesta emocional que es más apropiada hacia un adulto que hacia un niño. En lugar de tratar de dar escarmiento público, desde el frente de la clase, emitiendo un juicio público, intenta, cuando te veas emocionalmente alterado, encontrar una zona privada para hablar más calmadamente.

Ajusta tu lenguaje físico. Agáchate hasta establecer contacto visual al mismo nivel.  De hecho ponte a un nivel visual que esté por debajo del alumno, de forma que sea él quien te mire desde lo alto. Lo puedes hacer fácilmente poniéndote en cuclillas mientas él permanece sentado. Crea tu propio ritual para retirarte de una conversación cuando tengas la sensación de que te empiezan a invadir las emociones. Utiliza tu propio lenguaje, pero asegúrate de que es apropiado para el alumno. Que te pueda entender con facilidad.

Le tenemos que explicar al niño cual fue el comportamiento que desencadenó nuestro estado emocional: 

- "Javier, estás tirando gomas a tus compañeros y eso les molesta"

 y entonces,  explicarle detalladamente cuales serán los siguientes pasos a dar:

- "No voy a continuar con esta conversación. Voy a volver a mi mesa, me voy a dar tiempo para tranquilizarme y cuando esté más tranquilo, vamos a hablar de cómo puedes solucionar lo ocurrido". 

Cuando intervengamos, y especialmente cuando lo hagamos para imponer algún castigo, debemos centrarnos en atacar el comportamiento, no al alumno. 

-"Miguel, estás rompiendo las herramientas al trabajar de esa forma", "Maria, estás hablando y está actividad la tenemos que hacer individualmente"

en lugar de:

 "Miguel, ¿a ti te pasa algo, o qué? No haces ni una a derechas. ¡Deja de dar golpes con la sierra!" ó "A ver, el lorito de la clase, María ¿tú es que no te puedes estar callada ni un momento?. ¿Tanto te cuesta?

Como puedes apreciar, en el primer caso estamos protegiendo la autoestima de nuestros alumnos. Dejamos a banda las emociones para centrarnos en el comportamiento que queremos atacar en lugar de atacar su personalidad. Tu ejemplo comenzará a cambiar el comportamiento de tus alumnos hacia ti y al mismo tiempo la forma que tendrán de relacionarse entre ellos. Pero lógicamente, somos personas, no robots y encontraremos momentos en donde las emociones nos pueden llegar a superar y , en ese momento, recuerda este artículo, tienes que afrontarlas con profesionalidad, que es lo que se espera de un buen profesor. Y si te equivocas, recuerda: explica que fue lo que te llevó a esa situación y pide perdón.

Muéstrate totalmente abierto y se franco con tus alumnos. Estás ofreciéndoles el ejemplo de lo que esperas que hagan. Tal vez no encuentres apropiado disculparte ante toda la clase pero es lo apropiado ante aquellos alumnos que recibieron el impacto de tus emociones. Explica a la clase qué has aprendido de esta situación, y cómo vas a corregir tus errores para que situaciones como las vividas no vuelvan a reproducirse. No estás perdiendo autoridad. Lo que haces es dar a tus alumnos un ejemplo de cómo gestionas tu propio comportamiento.  Les explicas cómo un adulto aprende de sus errores y les das a entender que no volverás a actuar de esa manera.

Mi propia práctica me ha mostrado que disculparse ante nuestros alumnos tiene un impacto positivo en su comportamiento. Yo también he perdido los nervios en clase. He gritado a mis alumnos y me he dejado embargar por la frustración y por las emociones. Recuerdo un caso en particular en el que me dirigí a todo un grupo de una forma muy hostil. Crucé la raya. No fui profesional. Comencé a gritarles, estaba muy enfadado la y frustración se había apoderado de mi. La causa fue un cambio de puesto de trabajo. Había estado en una escuela en la que estaba muy a gusto, conocía muy bien a mis alumnos . De repente me vi en un nuevo centro, dónde nadie me conocía y en dónde ninguna de las técnicas que habían funcionado anteriormente parecía tener efecto. 

Me fui a casa y aquella noche la pasé en blanco. Me sentía muy mal conmigo mismo. Pensaba en mi comportamiento y el lo que les había dicho y estuve reflexionando largo y tendido. Al final llegué a la conclusión de que me había equivocado. Al día siguiente, al entrar en clase lo primero que hice fue pedir disculpas a mis alumnos. Les expliqué que mi actitud había sido inapropiada, que me había dirigido a ellos de una forma que no se merecían y que había tratado especialmente mal a algunos alumnos. Me mostré franco. Les pedí perdón por mi error. Les expliqué cuales serían mis actitudes en el futuro para evitar que algo tan desagradable pudiera volver a suceder y quise hacer especial énfasis en cómo iba a restaurar el daño realizado. En aquel momento, durante aquella clase, se hizo el silencio. Ningún comentario, ninguna observación. La clase fluyó como la seda. Ningún conflicto. Ninguna reprimenda. 

No fue hasta que pasaron un par de meses, que un par de alumnos me comentaron lo mucho que el grupo había apreciado mis disculpas y cómo esa disculpa había empezado a cementar la relación entre profesor y alumno, de cómo esa disculpa comenzó a construir la confianza mutua que necesitaba para poder gestionar su propio comportamiento. 

Para finalizar me gustaría hablar de una práctica que realizan muchos profesores y que es el "etiquetado". El poner una etiqueta a determinados alumnos y que inconscientemente todos tendemos a hacer: "Bueno, malo, movido, vago, charlatana..."

El etiquetado no te va a perjudicar como profesor pero si que lo hace a tus alumnos. No daña a tu estado emocional pero daña la forma en la que ves a tus estudiantes y las expectativas que depositas en ellos. Todos tenemos una pequeña voz interior que utilizamos para hacer un esquema rápido que nos ayuda a entender rápidamente la realidad que nos envuelve.

Si ese esquema no tiene muchos puntos positivos, instintivamente tendemos a visualizar nuestras expectativas de una forma negativa. Si en nuestro esquema interior pensamos de forma negativa sobre un grupo, pensamos de forma negativa sobre los integrantes de ese grupo y, a medida que nos acercamos a esa clase, forjamos en nuestro interior una imagen negativa que poco nos va ayudar a dar una buena clase. 

Si llevamos esto en mente, rápidamente entraremos en un conflicto emocional y buscaremos los desencadenantes que iniciaran nuestra irritación, nuestra frustración. Piensa en ello. Sabes que el etiquetado ni es justo (nuestros alumnos no siempre son vagos, no siempre son malos, no siempre son...) ni te va a ayudar. Es una visión que no te va a ayudar a gestionar el comportamiento de tu clase. Intenta ser positivo en clase. Intenta observar los comportamientos positivos en clase, los que te ayudan y hazlos visibles a tus alumnos. Si quieres etiquetar, hazlo sólo de forma positiva.

Y especialmente aquellos alumnos que tienen una vida muy complicada, que proceden de comunidades en dónde los estudios no son su primera preocupación, necesitan tener profesores que tengan una visión positiva, que creen un modelo robusto y fiable que permita una gestión adecuada del comportamiento.  Se merecen profesores que eviten las etiquetas. Se merecen profesores que sean lo suficientemente inteligentes para saber que la etiqueta de hoy seguro que no será la misma dentro de 15 años, y que, al etiquetarlos, lo único que hacemos es asumir cual será su comportamiento, impidiéndoles tomar sus propias decisiones de una forma independiente.















No hay comentarios:

Publicar un comentario